lunes, 19 de noviembre de 2012

Clase turista - Ignacio Camacho

El ABC del pasado día 17 publica una pequeña columna de Ignacio Camacho que transcribo aquí porque está difícil de buscar.
Los signos externos del poder retratan a España como un Estado desequilibrado respecto a sus estructuras económicas El primer ministro de Finlandia, uno de los diez países con más renta per cápita del mundo, viajó la semana pasada a Madrid en un vuelo regular y en asiento de clase turista. La visita era oficial pero los dirigentes fineses no utilizan aviones privados, ni menos militares a no ser que se trate de una emergencia. Según informa ABC Jiri Katainen, que así se llama el colega de Rajoy, venía acompañado de un séquito de sólo cinco personas, dos de ellas policías. No tiene gabinete de colaboradores y fontaneros, como esos que en España rodean no ya a los presidentes sino a ministros, alcaldes y virreyes regionales; los papeles de trabajo se los prepara un equipo de funcionarios. Y el número de coches de protocolo de todo el Estado finlandés es menor que el de cualquiera de nuestras autonomías. No por la crisis ni por una especial política de austeridad: es así siempre. El dinero de esos gastos prefieren dedicarlo allí, entre otras cosas, a su modélico sistema de enseñanza.
A Katainen no le gusta demasiado que la UE preste ayuda financiera a un país en el que cualquier político menor, cualquier monterilla local, va escoltado de una tropa de asesores y pelotas a bordo de una flota de automóviles públicos. Tampoco es entusiasta al respecto Angela Merkel, que en su última visita a la Moncloa preguntó a Rajoy, un poco al desgaire, si era cierto que vivía allí; ella lo hace en un piso acomodado de Berlín. Los españoles tenemos suerte de que la Europa calvinista no siga con detalle el día a día de nuestra vida oficial e ignore, por ejemplo, que el presidente de la Junta de Andalucía -la región con más tasa de paro de la eurozona, a punto de pedir rescate al Estado- trabaja en un enorme palacio iluminado por suntuosas lámparas de seis mil euros la pieza. En esa Europa rica del norte el destino de los fondos públicos se mide con un escrúpulo moral tan estrecho como el criterio de los contribuyentes que los sufragan. Y no tiene buena prensa la teoría del chocolate del loro; en Alemania, en Finlandia o en Austria, los loros de la Administración comen alpiste.
Los signos externos del poder retratan a España como una nación desequilibrada respecto a sus estructuras económicas, y ese detalle resulta fundamental para la mentalidad septentrional europea. Si pensáramos en alemán, o en finés, nos extrañarían menos las reticencias a prestar un socorro que sirva para sostener un sector público desorbitado sobre cuya superflua dimensión hemos perdido la referencia. Sin una poda severa de esos privilegios carecemos de credibilidad para pedir ayuda a quienes hace mucho tiempo que se los recortan ellos mismos no por necesidad, sino por sensibilidad y por convencimiento. Por eso irrita tanto a los ciudadanos que algunos políticos insistan en que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades; porque está bien claro a simple vista quiénes lo han hecho.
Un saludo,
Félix

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